Siempre les digo a mis padres que ojalá todo el mundo pudiera ver con los ojos de un fotógrafo. Porque esto no es un trabajo, es una forma de mirar, sentir y vivir.
Es un acto de amor por la belleza de lo cotidiano. Es jugar con los elementos impares. Es fijarte en las perspectivas imposibles de los sitios más turísticos. Es ver la regla de los tercios tras cada paisaje. Es sonreír en cada paseo de árboles simétricos.
Es tener los sentimientos a flor de piel cada minuto. Es ver la luz colarse entre las nubes con un encuadre que no puedes dejar pasar; o intentar subir las sombras en un día de mucho sol.
Es conocer el amor más puro a través de una lente. Es quedarte a vivir en esas arrugas que cuentan historias. Es la sonrisa fugaz de un niño.
Es conectar con esos pequeños milagros que suceden cada día en los rincones de nuestras ciudades. Es ir caminando y ver una foto en cualquier reflejo. Es ver el arte en cada puerta cerrada y pared derruida de mi pueblo. Es imaginarte las caras de desconocidos por la calle en un potente retrato en blanco y negro.
Por eso, después de todo y de tanto… hoy, agradezco a la fotografía por ser mi voz, pero también brindo por mí y por todo lo que estoy siendo capaz de crear desde cero.
Hoy, en el Día Mundial de la Fotografía, también te doy las gracias a ti por acompañarme en este viaje.